CÉSAR CHAMBERGO: «LA ÚLTIMA VEZ QUE FUI FELIZ»
Uno advierte y entonces se da
cuenta que la felicidad es algo breve. Entonces, ¿qué sentido tiene escribir
sobre lo fugaz? En realidad fue una felicidad que duró un año. Les contaré.
Yo estaba con profundo malestar en cierto colegio de Cañete porque no enseñaba los cursos de mi competencia. Es fácil adivinar que renuncié a dicha entidad a mitad de año.
Una tarde me llamaron desde otro
colegio para hacerme cargo de la enseñanza de una asignatura de nombre
pretencioso: Curso de lectura. Profesor, decía la voz, las clases son los
sábados. Acepté encantadísimo. Eran los primeros días de mayo
Todos los sábados de 2022 fui
inmensamente feliz. El nombre del curso me otorgaba lo que el otro colegio me
negaba. Leímos cuentos fantásticos, policiales, realistas… Ingresamos a los
dominios de la poesía, ¡del ensayo! Ahora, una crónica, ahora un reportaje,
ahora un texto científico. Y fue tan exitoso el curso que, con ojos de profesor
y lector, empecé a incentivarlos a la escritura creativa. Y fue un golazo.
Logramos publicar una revista que se llama Desde la carpeta (habíamos
coordinado con la Casa de la literatura peruana para su presentación. Quedará
como anécdota que en la fecha programada, Pedro Castillo anunciaba aquel triste
discurso. Todo el centro histórico estaba cerrado. Profesor, me decía la voz,
no se podrá presentar la revista. Debemos proteger la integridad de los
estudiantes).
Aquella experiencia docente y de
escritura aún crea ecos; a veces coincido con mis estudiantes que ahora están
en cuarto de secundaria y me ingresa una emoción bravía. Profe, regrese al
colegio. Entonces siento tristeza desde ambas orillas. Ya debieron olvidarme,
me digo; los profesores nacimos para enseñar y ser olvidados, es la idea que
siempre manejo, pero por alguna razón no sucede eso.
El magisterio es esencialmente un
arte. Y en estos tiempos lo están condicionando en nombre del ridículo enfoque
por competencias. Profesores y alumnos están desconcertados. Van al colegio por
obligación, esperando el fin de mes, el fin de año para seguir con la procesión
del olvido venidero.
No seguí enseñando en el colegio
donde la felicidad y el rigor iban de la mano porque sospecho que uno de los
textos incluidos en la revista, un ensayo de una alumna, desnudaba una de las
falencias que, para ella, tenía dicha entidad. Recuerdo entonces una frase de
Vicente Huidobro: La literatura no podrá cambiar el mundo, pero ayuda a su
cuestionamiento, a nombrar aquello que no tiene conciencia de sí.
En estos días en que se celebrará
el día del maestro, les recuerdo que el mejor discurso viene desde la carpeta.
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