"LOS REPARTIDORES DE AGUA"… Por: Felipe G. Huamán Gutiérrez.

Imperial (distrito de la provincia de Cañete) en sus inicios, no tenía agua potable, fluido eléctrico, ni desagües. Las casas apenas tenían silos, y las aguas usadas del lavado y aseo personal regaban las calles, que eran de polvo, sin asfalto alguno. La vida en el pueblo crecía en comercio y en familias; y así, las autoridades levantaron una poza en la curva del camino hacia Carmen Alto y Alminares, donde, con una motobomba, extraían agua de las entrañas de la tierra.

Esta agua era un tesoro que, como si de un ritual se tratara, subía a cilindros sobre camiones. Hombres y muchachos recorrían luego las calles de Imperial, vendiendo aquel recurso que llegaba en “latas” hasta cada hogar. Recuerdo especialmente al Señor Chumpitaz, al Señor Sánchez y el popular “Felipito”, quienes, junto a sus ayudantes, llevaban el agua a quienes más la necesitaban. Los jóvenes repartidores avanzaban a paso ágil, casi a la carrera, cargando sobre los hombros el “gancho”, un palo largo con soguillas en cada extremo de las cuales pendían las pesadas latas de agua.

Al verlos cruzar las calles, uno podía sentir que cargaban vida en sus latas; cada lata era un alivio, una necesidad y una esperanza. Con rapidez, entraban a las casas y “quintas”, vaciando el agua en cilindros dispuestos en los patios. Luego, volvían al camión para otro viaje, mientras el chofer llenaba sus latas según el pedido de cada vecino. Era una coreografía, donde cada paso tenía un propósito, y cada gota de agua, un valor incalculable.

Con el tiempo, las gestiones de las autoridades lograron canalizar el agua desde la poza hasta el frente del estadio Oscar Ramos Cabieses. Ahora, los camiones se abastecían en esa tubería cercana y los precios por lata disminuyeron. Los vecinos cercanos de las calles La Mar y Huancayo, incluso llegaban por su cuenta, “gancho” en hombro, para llevar el agua, ahorrándose la compra y haciendo del agua un motivo de unión y de esfuerzo compartido.

Esa época de los repartidores de agua en Imperial, marcó un tiempo en el que cada gota significaba algo más que agua: era el pulso de un pueblo en crecimiento, un reflejo de la lucha por el bienestar, y un testimonio de una comunidad unida en la sencillez de lo cotidiano.

La presente historia me hace recordar a los amigos Ferna, Ñito, Cholin, Bitle entre otros que, con gancho al hombro, sostenían dos latas, y recorrían las calles llevando agua a las familias imperialinas que solicitaban.

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